jueves, 30 de junio de 2016

«La maniobra de la tortuga», de Benito Olmo. Reseña

Manuel Bianquetti, además de inspector de policía, está hecho un tiaco. Sus dos metros de altura y su corpulencia le hacen parecer un carro de combate haciendo el caballito y a punto de desplomarse sobre lo que tenga delante. Además de eso, es feo de cojones, más basto que un collar de melones y para terminar de pintar el cuadro, está desterrado en Cádiz por un suceso personal oscuro, y relegado como chupatintas a trabajos administrativos.
El tipo va a su puta bola, sin que nadie le controle, de aburrimiento en aburrimiento y de bostezo en bostezo, en una ciudad donde casi nunca pasa nada. Sin embargo Cái no es sólo la tacita de plata, pisha, Cái es musho Cái y hay tíos más chungos que un chute de calimocho recalentado. Un mal día se cargan a una moza y los compañeros de Bianquetti le intentan cargar la muerta al novio, pero nuestro inspector se cosca de que el muchacho no ha podido ser y decide investigar por su cuenta. Su jefe, el comisario, le advierte y le amenaza repetidamente para que se aleje del caso, pero Bianquetti, además de tocahuevos, es más cabezón que una mula torda, y el tío va y dice que nanai, que se la suda, que os pueden ir dando por donde amargan los pepinos, que él va a hacer lo que tiene que hacer, que no es otra cosa que lo que le dicta su instinto y su conciencia.
Benito Olmo me tiene mosqueado porque no llega a los cuarenta tacos y parece que tenga doscientos en lo que se refiere a juntar palabras. Este mozo se monta una trama clásica perfecta, que se resuelve de una forma redonda y con una prosa y un ritmo narrativo impecables. Benito se marca con «La maniobra de la tortuga» un novelón negro, muy negro, digno del mismísimo tío Chandler.
Yo soy un mindundi y lo que os diga puede que no valga un carajo, pero si no os fiáis de mi, fijaos en lo que ha dicho de la novela César Pérez Gellida, que además prologa la narración, en una reciente entrevista: cuando la entrevistadora le pide que le recomiende un libro, César contesta sin dudarlo: «"La maniobra de la tortuga", de Benito Olmo. Es perfecta». ¿Os suena este tal Pérez Gellida? Pues eso. Vosotros mismos.

Un placer, Benito.


martes, 14 de junio de 2016

«Pájaros quemados», de Juan Bas. Reseña.

Imaginaos el escenario: agosto, un sol del carajo cae sobre la estepa burgalesa y en ella, en medio de la nada, un tabernucho cutre, con habitaciones y gasolinera. El antro lo regenta un borrachín que tiene a gala hacer un suculento pollo frito con un aceite tan recalentado que serviría para parchear la carretera que lleva al establecimiento. Preside la estancia un loro que padece de mutismo selectivo, es decir, habla cuando y con quien le sale de los espolones y la gasolinera la atiende un chaval con menos luces que el candil apagado de un aldeano roñoso.
Y ahora imaginad que hacia este exquisito templo hostelero se dirigen, cada uno por su lado, dos delincuentes de Bilbao, un cura asturiano pederasta, una puta con deudas de juego, una expresidenta corrupta de Castilla-La Mancha, una familia que vuelve de un accidentado fin de semana en Benidorm, un patriarca gitano que quiere vengar la muerte de su hijo, un moro con familia numerosa que va de viaje hacia Marruecos y una directora de una sucursal bancaria de Albacete.
Y si además tenemos en cuenta que a buena parte de estos sujetos les falta el último martillazo en el proceso de montaje de su fabricación, pues ya podéis imaginar la juerga que se lía en el garito y aledaños. Menudo pifostio, tú.
«Pájaros quemados» está hilvanada en capítulos muy cortos, tiene el ritmo de una buena película de carretera y es, a mi entender, la más negra de todas las de Juan Bas. El relato desprende grandes raciones de realismo esperpéntico con toques tarantinianos de humor negro y gamberro. Una delicia.
No sé por qué no estáis leyéndola ya. Os aseguro que pasaréis un buen rato…, o varios.
Gracias, Juan, por estos momentos.