martes, 13 de octubre de 2015

El detective Carmelo (III). Soy un tipo duro.

El tipejo del extremo de la barra me estaba cargando de mal café. Recorría las curvas de la camarera con ojos de comadreja libidinosa y además babeaba. No tenía ni media hostia. Para más inri, Susana, la camarera, era mi amiga. Me calenté, me dirigí hacia él y le comenté:
—Mira, gilipollas, hoy no es tu día de suerte, estás en el sitio equivocado a la hora más inoportuna y además te has encontrado con el tipo menos indicado. Ese tipo, por si no te habías dado cuenta, soy yo. Tengo muy mala leche, ¿sabes? Me como las ratas de alcantarilla vivas, cago clavos oxidados, meo cristales rotos y sobreviví al infierno de la mili en el Regimiento de Caballería Sagunto 7, en Sevilla, el año que legalizaron el Partido Comunista. No me asusta nada. Lárgate a cascártela a otro lado antes de que me haga un cuadro expresionista con tu jeta.

Me desperté en el suelo con la nariz rota y dos dientes de menos. Tengo que cambiar de oculista, no vi al guardaespaldas del tipejo. Medía dos metros, pesaba ciento veinte kilos y sólo tenía dos neuronas: la de cagar y la de repartir hostias. Aparte de eso, no estoy muy seguro de que Susana, la camarera, sea mi amiga. Creo recordar entre brumas que se meaba de risa mientras me zurraba el energúmeno.



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