martes, 26 de junio de 2018

Bruma Negra 2018. Sentado en el muelle de la bahía de Plentzia.

Sitting in the morning sun
I'll be sitting when the evening comes
Watching the ships roll in
And I watch 'em roll away again


Ottis Redding
«Sitting on the dock of the bay»


Aparco cerca del frontón. Mi vieja cafetera sobre ruedas resopla como un mastín con almorranas. Por fin estoy en Plentzia. Analizo el entorno con el automatismo que genera la rutina. Es un trabajo más, me digo, pero siento que todo está empezando a no ser como era, ya no aguanto los litros de cubata como antes. Me dirijo al hotel Uribe y la maleta me pesa como un muerto. Tengo un resacón de mil pares de huevos. Me estoy haciendo viejo y eso, en el oficio de borrar gente del mapa, no es un valor añadido. Quizá sea hora de retirase. Sacudo la cabeza para espantar los viejos fantasmas que me acosan y al hacerlo se me caen unos cuantos al suelo medio muertos. ¡Puto garrafón! Nota mental: al regreso, volver a visitar el pub del pueblucho ese y darle una manta de hostias al camarero alquimista.

Los más avispados de ustedes ya habrán adivinado mi oficio: sí, soy un sicario. Pero no un sicario al uso. Aunque lo intento, no soy ni frío ni tampoco implacable y cometo errores. Soy poco discreto, me emborracho en el trabajo, armo unas broncas descomunales y se me escapan algunas presas. Por contra y para compensar mi chapucería, soy barato. Hago trabajos de poca monta, es decir, mato a gente poco importante que se deja matar sin oponer demasiada resistencia: abuelos jodones para cobrar herencias, maridos insoportables con algunos posibles que luego heredan sus viudas, adolescentes coñazo por encargo de la segunda mujer del padre, cosas así de andar por casa. Por eso, cuando me encargaron eliminar a Juan Mari Barasorda, me documenté y reclamé tarifa especial. Resulta que este fulano dirige uno de los festivales negros de mayor solera del país. Lo que se llama un tipo importante según parece. Y digo según parece porque confieso que yo de festivales negros sé poco, ni puta idea para ser exactos, a pesar de que en las novelas del género aparecen frecuentemente personajes con mi oficio. Pero hoy en día llevamos el mundo en el bolsillo y con un par de toques en el cacharro he sabido que el tipo al que tengo que finiquitar no me lo va a poner fácil.

Dejo la maleta en la habitación y bajo a tomarme un pelotazo a la terraza del hotel. A pesar de mi careto desabrido, los empleados del Uribe me tratan bien. La hora del comienzo del festival se acerca y me dirijo hacia la Casa de Cultura, pero antes me tropiezo con el bar Pauli y me tomo otro pelotazo para entonarme.

Dos pelotazos más tarde entro en el Goñi Portal en mitad de la sesión inaugural y me encuentro con que un tal Francisco Etxebarría está hablando de cadáveres, momias, luminol y qué se yo, todo ello con mucho desparpajo. Está acompañado de un presentador de la tele vasca, un tal Dani Álvarez. Oigo murmurar «guapo» a las mozas de las sillas de atrás. A mi no me lo parece tanto, pero es que yo soy muy macho y no tengo mucho criterio al respecto. Pregunto a mi vecino de silla y me dice que el tal Etxebarría es un afamado antropólogo forense y la verdad es que el tipo se explica de puta madre. La sala está abarrotada y todos escuchan atentamente. Nadie come pipas ni nada. Por lo que veo esto de los festivales negros va en serio.

Termina la charla, el trinchamuertos y la compañia, junto con mi objetivo y demás plumíferos se van a tomar cañas al Pauli. Yo me voy al Santi's Café y me sigo tomando pelotazos con algún pintxo. En la mesa de al lado hay un tipo que le está gritando sin parar a una pava.

—Baje el tono un par de grados, amigo. Hay gente que ha perdido varios dientes por hablar así —le digo mirándole fijamente a los ojos.

El tipo me mira como si estuviera delante de un extraterrestre. Se ha hecho el silencio en las mesas colindantes porque yo he gritado más que él. Al final se achanta, trinca a la moza por el brazo y se largan.

Sigo tomando cubatas en el Santi's, me gusta el sitio. Cuando pido el penúltimo el camarero se niega.

—Está usted borracho.

—Convendrás conmigo en que tú tienes algo de culpa —le contesto—. Además eso te pasa por dar de beber a desconocidos.

—Váyase a casa y descanse.

Lo miro. Estoy a punto de darle dos hostias, atarlo a la barra, rociarlo con ginebra y flambearlo un rato, pero tiene tal cara de bueno que me contengo. Me estoy volviendo blando.

Me largo al hotel. Mataré a Juan Mari mañana, esta noche estoy demasiado borracho, no ando muy fino y lo pondría todo perdido.



Me despierto con resaca para variar y desayuno un Bloody Mary. Los del Uribe me lo sirven con poco vodka y, cosa curiosa, no me enfado ni rompo nada. Me estoy amariconando. ¿Será que estos vascos han echado algo en el aire? Dedico el resto de la mañana a pasear por el pueblo. Me siento en el muelle de la bahía. Hay paz y quietud.

—Buenos días, forastero, ¿le tratan bien en el pueblo?

Me sobresalto, no he visto llegar a Juan Mari. Manda huevos, que me sorprenda el hombre que tengo que matar.

—No me puedo quejar.

—¿Ha venido al Bruma Negra?

—No exactamente —le contesto nervioso. Necesito un trago, el bloody Mary que me tomé esta mañana hace rato que me abandonó.

—Lo sé, lo sé —me sonríe enigmáticamente mi objetivo.

—¿Qué es lo que sabe?

—Que usted ha venido a hacer algo que le viene grande.

—¡No me joda! ¿Es usted adivino?

—No, pero sé algunas cosas que los adivinos no saben.

—No estoy para acertijos, amigo.

Cuando me alejo veo como el tipo se sienta en el muelle y se pone a pescar tranquilamente.



Por la tarde acudo al Goñi Portal. Debo estudiar a mi presa en su ambiente. Leo el programa. En la mesa se encuentran Noelia Lorenzo Pino, Aritza Bergara y Javier Sagastiberri. Se enrollan cada uno con su novela. Cuando terminan me compro una novela de Manu López Marañón, el pavo que ha moderado la mesa. La novela se llama «Alcohol de 99º», la he comprado, más que nada, por el título. Leo unas cuantas páginas al azar y el alcohol no aparece por ningún lado. Me dan ganas de trincar al autor y estrangularlo lentamente hasta que confiese el porqué de llamarle así al libraco, pero su cara de empollón despistado me inspira ternura y aparco la tortura para otro día.

Continúa el sarao con otra mesa en la que actúan Juan Infante, Salvador Robles, Antón Arriola y Fernado García Pañeda. A esta tropa la modera Javier Abasolo. La cosa va de ciudades negras y pronto me percato de que no se refieren a ciudades que se encuentran cerca de explotaciones carboníferas como me pensaba.

Al terminar se van todos al Pauli. Me uno al grupo e intento no interactuar no sea que monte alguna bronca, que me conozco, pero es imposible. En la barra estoy al lado de un tal Jokin Ibáñez, le sonrío.

—Parece que va a llover, los feos se mojan más y encogen. Ponte a cubierto, rápido —le suelto a bocajarro.

Levanta una ceja y se me queda mirando fijamente. Tiene huevos el tío, hay que tenerlos cuadrados para, en vez de abalanzarse sobre mi para machacarme, mantener la mirada con una sonrisa mezcla de asombro fingido e ironía. Estoy a punto de darle dos hostias y hacerme un llavero con su oreja izquierda, pero me contengo. No sé lo que me está pasando, estoy irreconocible.

Son las nueve de la noche y mi presa sigue sin ofrecerme un blanco fácil. Y lo peor es que todavía no me he tomado ningún pelotazo. Sólo llevo dos cervezas en toda la tarde, no he montado ninguna bronca y para colmo me está gustando esta mierda del Bruma Negra. Lo dicho: me estoy haciendo viejo.



Amanece el sábado y me despierto pronto y sin resaca. Esto no es normal. En cuanto termine este encargo me hago un chequeo.

Me tomo un café y paseo por la bahía. Me descalzo, me siento y hundo los pies en la arena.

—Veo que le estás tomando el pulso a la bahía.

Otra vez el sobresalto. Tengo a Juan Mari detrás y no sé de dónde coño ha salido. Y para colmo, ahora me tutea.

—No te equivoques, vasquito, yo sólo le tomo el pulso a los muertos por si acaso no lo están.

—El tiempo se te acaba, forastero. Hoy es el último día del festival. Mañana te será más difícil realizar lo que llevas entre manos.

Me levanto y me vuelvo para responderle una machada, pero ya no está. El tipo se aleja pausadamente. Visto así, de lejos, el fulano tiene un cierto aire a lo Lee Van Cleef, pero con gafas y sin bigote. Analizo la situación: es evidente, no sé como, pero me ha descubierto. Tengo que hacerlo hoy y será esta noche, cuando termine el Bruma Negra. Trazo mentalmente el plan.



Acudo con normalidad a las sesiones del festival. Por la mañana escucho a Francisco J. Ortiz, Josevi Blender y Noemí Pastor. Hablan de crímenes de película y series criminales. Me lo paso de puta madre. Normal, hablan de mi oficio.

Mientras Javier Abasolo, Javier Alonso García-Pozuelo, Elena Sierra, Alex Oviedo y Alfonso del  Río, moderados por Juan Mari, hablan de sus novelas me fijo en Noemí Pastor. Se parece a una novia que tuve hace tiempo. El romance no duró mucho porque descubrió a lo que me dedicaba y tuve que matarla. No estuvo mal, el noviazgo, no lo de matarla, no se confundan, que todavía me queda algo de empatía. Estoy por tirarle los tejos a Noemí, pero me reprimo, no quiero montar el número o que me lo monte.



Como en el Uribe y apenas bebo. Sigo nervioso a pesar de que el plan que he trazado no puede salir mal.

Por la tarde vuelvo a la Casa de Cultura y veo que Jokin Ibáñez entrevista a un vejete con aspecto de gurú venerable. Alguien me sopla que el abuelo se llama José Luis Muñoz, ha escrito más de cuarenta novelas, es el director de otro festival de novela negra llamado Black Mountain Bossòst y es una leyenda en el mundillo negro. ¿Leyenda en el mundillo negro? Entonces yo, que tengo más de treinta cadáveres a mis espaldas, ¿qué soy? Me dan ganas de levantarme y enseñarle mi curriculum mientras le quemo la barba con el mechero, copón ya, cuánto pisto se dan estos tíos porque saben juntar bien cuatro palabras seguidas…

Antes de que empiece la segunda mesa me dirijo a Juan Mari:

—Oye, tío, ¿sabes de algún sitio que vendan cañas de pescar?

—¿Eres aficionado a la pesca?

—No, pero nunca es tarde para aprender algo nuevo. Me gustaría que me dieras algunas lecciones básicas.

—Eso está hecho. ¿Qué tal esta noche en el muelle de la bahía? Por la caña no te preocupes, yo te dejo una de las mías.

—Perfecto. Nos vemos.

Le veo salir con su ayudante, un maño entreverado de rubio y pelirrojo llamado Ricardo Bosque. Luego me entero que el tal Ricardo es el fundador de la revista más prestigiosa del genero negro, Calibre 38. Yo prefiero el 44, pero para gustos colores. Menudo elenco, por lo que veo en este puto festival todo el mundo es importante.

Atiendo a la siguiente charla. Ahora, en la mesa, hay unos tipos que están largando sobre androides, justos, pecadores y otras transgresiones de la novela negra. Por el programa veo que los que hablan son Jon Arretxe, Carlos Bassas del Rey, Juan Ignacio Montiano y Marina Sanmartín. Los mantiene a raya el ayudante de mi objetivo: Ricardo Bosque. Espero que no le guste la pesca y no se apunte al sarao de esta noche, o tendría que cepillármelo también.

Termina el festival. Reparten los premios a los ganadores del VI Concurso de Relatos Cortos Bruma Negra y le dan el Bruma Negra 2018 a José Luis Muñoz. Me marcho al hotel, ceno despacio, subo a la habitación y pongo a punto mi Magnum 44.



Cuando llego al muelle, juan Mari ha lanzado las dos cañas y me espera con su eterna sonrisa mitad socarrona mitad sincera.

—¿Todo bien, forastero?

—Más o menos —le contesto.

Seguimos un buen rato en silencio. No pican.

—Estás tardando demasiado, amigo —me dice.

No aguanto más. Saco rápidamente el Magnum y le apunto a la cara. Pasan unos segundos interminables, lanzo el revolver al agua.

—Tú de reciclaje y ecología vas algo justito, ¿no?

—He hecho cosas peores —respondo.

—Ya. No te preocupes, el fondo del muelle está lleno de revólveres, de vez en cuando pesco uno.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos?

—Pues pescar, hemos venido a pescar.

La bruma comienza a empañar las luces de las farolas y, ya ven ustedes, aquí estoy yo, como un capullo, pescando al lado de un tipo al que debería haber matado hace horas, sentado en el muelle de la bahía de Plentzia.



I'm just sitting on the dock of the bay
Wasting time…