Parece mentira, Rafa, con esa cara de buen chico que tienes. Parece mentira que cojas a un puñado de mindundis y los metas en ese follón de robar droga a unos traficantes colombianos como si fuera la mejor idea del mundo. Y encima los capullos se cargan a la prima del capo. Para qué os voy a contar. Eso no se hace, Rafa, porque sabes lo que vendrá después: que el capo va a mandar a por ellos a un sicario malo, malote, más peligroso que un gremlin recién salido de la ducha y las van a pasar muy putas. Por qué les haces esto, Rafa, a este hatajo de perdedores chapuceros, que se han metido en un jardín del que pueden salir jodidamente mal, si es que salen. Y es que eres la hostia, Rafa, que nos haces caer como pardillos, engolosinados por la prosa tan simple y directa con la que escribes, que nos empapa sin que nos demos cuenta y hace que nos resulten simpáticos unos quinquis de barrio más inútiles que una corbata en el cuello de Tarzán, a pesar de que no son ningunos angelitos, coño, que matan gente. Y luego, para acabarlo de arreglar, vas y nos puteas con unos giros de trama que no nos los podríamos esperar ni hartos de calimocho. No me lo puedo creer, Rafa, con esa cara de no haber roto un plato en tu vida que te marcas. Que soy un jubilata, leches, que tengo una pensión justita, que me ha gustado tanto «Ful» que ahora tengo que comprarme «El secreto está en Sasha». Eso no se hace, Rafa, que me jodes el presupuesto.