Horizonte restringido.
La rubia entró en mi despacho meneando el culo como mueve los ojos un espectador de tenis. Bajé los pies de encima de la mesa por aquello de guardar las formas y la miré fijamente a las caderas, quiero decir a los ojos. Poniendo mi mejor cara le dije:
—Muñeca, busques lo que busques yo no lo tengo, no lo tendré jamás y ahora mismo sería incapaz de encontrar nada que no esté en el sur de tu cintura. No puedo encontrarte ninguna cosa que esté más allá de ese horizonte. Te recomiendo que busques a otro hombre con más amplitud de miras.
—¿Lo cuálo? —me contestó la rubia agitando sensualmente la melena—. Mira, gilipollas, yo no busco nada, soy la limpiadora. Sí que eres corto de miras, sí. No se cómo no has visto el carrito. Y eso del sur de mi cintura, como sea lo que yo me imagino… ¡O me lo aclaras ahora mismo o te corro a escobazos por todo el edificio! ¿Me has entendido, tontoelculo?
Después de aquello salí disparado hacia el oculista más cercano. Ahora llevo gafas. Para lejos y para cerca. Pero de amplitud de horizonte sigo igual y estoy hasta las narices de tanto escobazo.
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