Vázquez entra en la comisaría destilando mala leche por las costuras de su ropa de Armani, Santana se mueve sin ruido sobre unas zapatillas de saldo y embutida en una sudadera de hipermercado. Vázquez es la policía veterana, Santana es la novata. Vázquez es descreída y tiene mal carácter, Santana monta una Harley, es sensible y empática. A Vázquez le gustan los bares «como Dios manda: mesas pegajosas, un camarero con mala leche y el gilipollas de turno jugando a la máquina tragaperras»; Santana es capaz de apreciar la poética de una piscina vacía en un jardín otoñal. Vázquez es heterosexual, Santana es lesbiana. Y en medio de estas dos mujeres se cierne una inquietante trama criminal: ocurren unos asesinatos y las víctimas son muchachas con minusvalía psíquica.
«Curvas peligrosas», de Susana Hernández, es, ante todo, una novela de relaciones: la inevitable y conflictiva relación entre las dos subinspectoras, la relación de la veterana Vázquez con su exmarido y con su hija, las complicadas y tórridas relaciones de la novata Santana con sus diferentes parejas y la relación de ambas con sus compañeros de trabajo en el día a día de la comisaría. Y como fondo los turbadores y perversos crímenes y las consiguientes pesquisas de las dos policías para la resolución del caso.
Las palabras se encadenan en una prosa sencilla, con estilo y buen ritmo, las escenas se desarrollan con fluidez y los personajes están muy bien perfilados.
«Curvas peligrosas» es la primera entrega de la saga, que ya consta de tres novelas, de estas dos subinspectoras a las que auguro un futuro prometedor.
Bien, Susana.
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