Habrán observado ustedes, si es que me han seguido desde mis primeras andanzas allá por agosto del año pasado, que poco a poco he ido perdiendo inocencia y ensoñación. Tengo que darles una noticia: he madurado. Así, como suena. Sí, ya sé que a los cuarenta y cinco, que cumpliré pronto, algunos dirán: «¡Ya era hora!». Pero qué quieren que haga, cada uno madura cuando puede y le dejan.
Lo cierto es que cada vez me tomo las cosas con más distanciamiento, en parte por esa maduración y en parte por unas pastillas milagrosas que me ha recetado mi médico de cabecera y que me hacen ver el mundo de otra manera. Que tengo episodios depresivos, me dijo, porque me faltaba serotonina en la sesera. Hay que joderse, con perdón, lo que puede hacer una puta pastilla. Perdonen por este lenguaje, pero no soy yo, es la pastilla que me desinhibe y me está volviendo escéptico y descreído. Menos mal que después de cada taco pido perdón. Son los residuos de mi antiguo yo que, dicho sea de paso, me traía muchos problemas. No es que ahora no los tenga, las pastillas no dan para tanto, pero me enfrento a los contratiempos con otro talante.
Además de todo lo anterior, estas pastillas tienen un curioso efecto secundario: estoy palote casi todo el día. Como lo oyen. No es por nada, pero presiento que esta situación me va a traer algún que otro quebradero de cabeza.
Mi cuenta corriente sigue tan paupérrima como siempre, eso no hay medicamento que lo arregle, sin embargo los números rojos ya no me causan ansiedad y me sigo apañando como puedo. Mi ética se ha relajado bastante y ahora acepto encargos que antes ni se me pasaba por la cabeza admitir. Como podrán ustedes apreciar en mis próximas aventuras, es más que probable que participe en trabajos con individuos de dudosa calaña que harán que me pase por el forro mis antiguas convicciones.
Otra cosa es que mi puta mala suerte, perdón de nuevo, cambie a mejor porque repito, la pastilla no es Lourdes, aunque ese lugar últimamente no es lo que era, con tanto cura pederasta de los cojones, y aquí si que no pido perdón, ea.
En fin, que si en las próximas andanzas me encuentran ustedes más cínico, más duro, más frío y más calculador, no se extrañen, échenle la culpa a mi médico y a la puta pastilla, perdón otra vez.
Para que a algún despistado no le pille de sorpresa voy a colgar este escrito de advertencia en el Facebook.
Voy.
…
Unas horas después de haberlo publicado llegan las primeras reacciones:
—A.B.: Me gusta, pero poco.
—C.D.: No me gusta un pijo.
—L.M.: Me encabrona y tal.
—O.P.: Me la suda.
—Q.R.: ¡Ele!
—E.F.: Me deja estupeflauto.
—G.H.: Me acongoja y me llena de estupor.
—J.K.: Me meo toa.
—N.O.: Toy más jodío que tú.
—P.Q.: Anda que…
También hay algunos comentarios:
(Los amigos)
—R.S.: A mi qué me cuentas. ¿Sabes que eres mu tonto?
—S.T.: Por mi como si te la machacas contra el quicio de la mancebía.
—T.U.: ¿Has probao a meterla en vinagre de sidra? Mano santo.
—U.V.: ¿Cuando hablas de distanciamiento, de cuántos kilómetros estamos hablando? Yo con mi Kadett tuneao me distancio a toda hostia, pero me quedo igual y eso.
(Las amigas)
—A.C.: ¿No te da vergüenza, madurar a esa edad?
—B.D.: Yo por cien a la hora, en una semana, hago que dejes las pastillas y que veas elefantes de colores.
—M.M.: Ponte una rebequica, que hace fresco.
—C.E.: ¿Qué te has fumao, muñeco?
—D.F.: ¿Qué es estar palote? Es que soy rubia.
—E.G.: Eres muy tierno, me pones…
—F.H.: Tu estas tonta, E.G., este tío es un malote de verdad.
—E.G.: Y tu ciega, F.H., se hace el malote, pero es un mimosín.
—F.H.: ¿Pero es limpio?
—E.G.: ¡Y yo qué sé…!
—F.H.: Pues entonces, ¿a qué coño opinas?
—E.G.: Yo opino lo que me sale del cibiricuénjano.
—F.H.: Y encima no sabes hablar, se dice zubirikuenkano.
—E.G.: ¿Eres vasca?
—F.H.: ¿Eres tonta?
—E.G.: ¡Y tú, puta!
Y así todo el rato.
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