martes, 20 de septiembre de 2016

Un manchego en el Cartagena Negra. Primera parte.

Pues nada, que estaba yo recién jubilado y entonces va mi churri y me dice:

—Para celebrar tu jubilación te regalo una noche de hotel desenfrenada en el Cartagena Negra, que yo sé que tú quieres ver a tus escritores favoritos en carne mortal, y como premio a que, a partir de ahora, como dócil jubilata, me vas a hacer muchos recados.

Yo, como buen animal de compañía que soy, comencé a dar saltos de alegría y a salivar como los perracos del cabrón de Pavlov, no ya por la noche loca de hotel, que también, si no porque siempre soy muy agradecido con mi amita buena, pero inmediatamente contuve mi júbilo porque pensé: «Hay que ver como son las mujeres, que no dan nada gratis, que esto de hacer de recadero no es ninguna bicoca, todo el día para acá y para allá, tráeme esto, tráeme lo otro…».

Bueno, a lo que vamos: que nos montamos en nuestro viejo Toyota, enfilamos para Cartagena y por poco llegamos tarde, coño, que no encontrábamos el hotel. Y el Tomtom: «Ha llegado a su destino». Y nosostros: «¿Ánde está el hotel?». Y el Tomtom en plan cabezón: «Ha llegado a su destino». Y yo: «¡Me cago en san Pitopato Berenjeno, que no veo el enehache por ningún lado!». Y es que el jodío hotel estaba agazapado detrás de un edificio muy chulo, en una calle peatonal, más escondido que el Santo Grial, joder. Y el cabrón del Tomtom se hacía el longuis y no quería que pasáramos por la peatonal por si nos multaban y le echábamos la culpa. Si es que, además, últimamente y con la crisis, estamos muy poco viajados y parecemos más paletos de lo que somos. Bueno, mi señora no, que las chicas sois más listas y disimuláis mejor.

—Oiga, ¿y el Cartagena Negra?

—Ya voy, coño, no os impacientéis, que todo lo anterior se llama poner en situación, que no entendéis nada de escritura y yo sí desde que voy a festivales negros.

Pues eso, que llegamos al Museo del Teatro Romano por los pelos y allí vimos a la Nieves Abarca y al Vicente Garrido que presentaban su última novela «Los muertos viajan deprisa», que digo yo que vaya título porque en los entierros los coches fúnebres van muy despacio. Luego, durante la presentación, me enteré de que el título lo había sacado de un relato de Bram Stoker. En fin, cosas de escritores. Por cierto, si queréis ver mi reseña de esta novela, podéis verla aquí, en esta misma sección del blog.

La Nieves Abarca es más guapa y más alta en carne mortal que en las redes sociales, que no favorecen nada. Bueno, a lo mejor, lo de más alta, era porque se había puesto para la ocasión los zuecos de tacón de aguja, no sé. Conmigo se mostró muy amable y simpática, y me firmó en la contratapa del iPad, y nos hicimos fotos y todo. Luego, mi mujer me dijo que hiciera el favor, que no paraba de mirarle el canalillo, pero es mentira, yo no le miro esas cosas a las escritoras; bueno, a lo mejor se lo miré una o dos veces, pero porque está en mi naturaleza de machoman alfa en decadencia hacia el omega tres y no lo puedo remediar.

Nieves estuvo muy bien en la charleta porque, aunque se notaba que estaba contenida por al ambiente formal y domesticado del certamen, en cuando veía un resquicio, se desparramaba y empezaba a despotricar y a cachondearse de los escritores extranjeros, que el Vicente Garrido no paraba de justificarla y traerla a camino, que parecía un padre intentando calmar a una hija díscola y descarriada delante de las visitas. De todas formas, y esto es una opinión personal, no me hagáis mucho caso, por favor, yo creo que Nieves, de pequeña, tuvo que ser muy traviesa, de esas que parece que haya trillizas en casa. Pero, ya digo, esto son sólo cosas mías.

Vicente Garrido es un señor que, cuando no habla, parece que esté pensando en cosas muy importantes todo el rato y cuando habla, las dice, no como yo, que me paso el tiempo pensando en gilipolleces del tipo: «¿Si las ranas tuviesen pelo, la terminación de la frase "te voy a pagar los cien euros que te debo cuando las ranas tengan pelo", sería "cuando las ranas se queden calvas"?». Pero Vicente, a pesar de ser un criminólogo muy importante, no es nada engolado y tiene unos ojos profundos, como de pájaro inteligente y cuando calla pone cara de estar pensando en cómo entrar en la mente de los putos psicópatas, que no paran de dar la lata y joder el parque.

Total, que pasamos un rato muy bueno porque nos contaron cosas de su novela que no sabíamos: cómo la hicieron, como construyeron los personajes, etc. Para que nos entendamos, hablaron del «making of», como dicen los pijos enteradillos.

Cuando terminó la charreta nos acercamos a ellos y los pudimos tocar y todo, y nos hicimos fotos y lo pasamos muy bien…

En todo esto se nos pasó la mañana. En un par de días os cuento cómo pasamos la tarde y parte de la noche en el Cartagena Negra.

No os perdáis la segunda entrega.



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