Eso no se hace, César, no me jodas, vaya forma de putear al inspector Ramiro Sancho. O sea que el tío vuelve al tajo después de una suspensión de seis meses por insubordinación y, en plenas fiestas patronales de la ciudad, en vez de dejarle descansar y hacer que se vaya de vinos y tapas, le pones al frente de la investigación del secuestro de una menor. Hay que tener mala leche, van y secuestran a una pija, hija de un concejal y nieta de un superempresario y no hay otro más apropiado que Ramiro Sancho para solucionar el marrón.
Eres un borde, César, porque tú ya sabes que el secuestro pinta muy mal y los secuestradores son muy chungos, más chungos que una raya de chinchetas y al pobre Ramiro le puede volver a caer la del pulpo.
Además, para acabar de joder al poli vas y le montas una trama paralela con unos sicarios esotéricos que se lo quieren cargar y a todo esto le añades un viejo amigo alcohólico que se refugia en su casa para pasar el mono, que Sancho ya no sabe adonde acudir, Cesar, joder.
Y luego estamos nosotros, César, los lectores, que también nos puteas a conciencia porque las escenas que montas son tan creíbles que o nos acongojan o nos acojonan, que acabo de empezar «Cuchillo de palo» y estoy en las mismas, en un continuo sinvivir, aunque no me queda otra que seguir leyéndote, coño.
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