Estamos en Madrid, en el barrio de Canillejas, en el año 1972. La muerte del tío Paco se barrunta sobre un horizonte lleno de dudas y comienza un periodo que alguien bautizó como la «dictablanda». No hay coherencia: hoy se permite un concierto de Raimon y mañana te inflan a hostias por asistir a la proyección de «Amarcord» en un colegio mayor. Doy fe. Yo y mi despiste habitual andábamos por allí y me llevé alguna. En el setenta y dos yo tenía veintiún tacos, Paco Gómez Escribano, si las biografías no mienten, cinco añitos. La diferencia entre ambos, además de la edad, es que yo era un aprendiz de pijo, hijo de aldeanos con algunos posibles, que vivía en el barrio de Argüelles y Paco un chinorri de Canillejas que intentaba sobrevivir sin que lo hostiaran un día sí y otro también.
«—Ni se te ocurra acercarte allí, tío. Por esos barrios no se atreve a meterse ni la policía. Las calles están sin asfaltar, tío, y vas pisando jeringuillas por los descampados».
Estas frases y otras más truculentas se escuchaban por los bares de las facultades de la Complutense. Algunos pensábamos que eran leyendas urbanas, pero, por si las moscas, no se nos ocurría visitar aquellos pagos. Con alguna carrera delante de los grises ya teníamos cubierto nuestro cupo de emociones fuertes.
Y resulta que no, que de leyendas urbanas nada de nada, porque leyendo «Yonqui» y «Manguis» me he enterado, al cabo de los años, de lo que valía un peine por aquellos barrios.
Con «Manguis», Paco Gómez Escribano continúa perfilando el retrato de un barrio, su barrio, durante los primeros años de la década de los setenta. Y ese barrio, Canillejas, es el protagonista principal de esta tremenda novela escrita con sencillez, maestría y buena mano a través de unos personajes estrambóticos pero perfectamente verosímiles, porque el autor tiene oficio, es del barrio y tiene memoria. ¿Alguna garantía más para leer sí o sí este entretenido y revelador novelón?
Estas frases y otras más truculentas se escuchaban por los bares de las facultades de la Complutense. Algunos pensábamos que eran leyendas urbanas, pero, por si las moscas, no se nos ocurría visitar aquellos pagos. Con alguna carrera delante de los grises ya teníamos cubierto nuestro cupo de emociones fuertes.
Y resulta que no, que de leyendas urbanas nada de nada, porque leyendo «Yonqui» y «Manguis» me he enterado, al cabo de los años, de lo que valía un peine por aquellos barrios.
Con «Manguis», Paco Gómez Escribano continúa perfilando el retrato de un barrio, su barrio, durante los primeros años de la década de los setenta. Y ese barrio, Canillejas, es el protagonista principal de esta tremenda novela escrita con sencillez, maestría y buena mano a través de unos personajes estrambóticos pero perfectamente verosímiles, porque el autor tiene oficio, es del barrio y tiene memoria. ¿Alguna garantía más para leer sí o sí este entretenido y revelador novelón?